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  • Foto del escritorMontse

Apego y relaciones: aquello que te permitió sobrevivir hoy puede convertirse en un obstáculo

Las interacciones que tenemos con las personas significativas en nuestros primeros años de vida dejan una huella emocional en forma de aprendizajes (condicionados) sobre nosotras/os mismas/os y sobre las relaciones con los demás; aprendizajes que son posibles gracias al vínculo llamado apego.


De estos aprendizajes que integramos como propios depende qué tan adaptadas/os estemos a nuestro contexto (tanto en lo funcional como en lo emocional), y lo anterior no tiene otro propósito que garantizar nuestra supervivencia (tanto en lo funcional - asegurar alimentación, cobijo, protección - como en lo emocional - que nuestras necesidades emocionales sean satisfechas).


El apego está presente, después de tantos años de evolución, por un buen motivo: garantizar nuestra supervivencia en los términos que comentaba. Sin embargo, a veces es motivo de malestar. ¿Por qué? Porque puede que lo que hayamos aprendido en esas etapas nos permitiese adaptarnos a las circunstancias y a la naturaleza de las interacciones con personas significativas, pero puede que, en la actualidad, nos genere quebraderos de cabeza y toque «desaprender» para «reaprender» dinámicas y estrategias más flexibles (y sanas).


Puede que aprendieras a ser autosuficiente quizás, incluso, demasiado independendiente. La independencia no es un problema per se, cierto; salvo que suponga una dificultad a la hora de establecer vínculos. Y, para establecerlos, uno debe hacerlo desde la vulnerabilidad, dejándose ver y dejándose ayudar, justo lo contrario que hemos aprendido si nuestro apego es de tipo inseguro-evitativo.


En cuyo caso, aprendiste que la autonomía era una opción más segura que la conexión, la intimidad y la cercanía, pues te protegía de emociones desagradables (como el rechazo) y para las que seguramente no contabas con las herramientas necesarias para gestionarlas.


Puede que no supieras cuándo podrías contar con tus cuidadores y cuándo no, pues su disponibilidad en lo emocional era inconsistente o su actitud hacia tu persona era ambivalente; inconsistencia y ambivalencia que te dejaron un sabor de boca parecido al del abandono.


En un intento de adaptarte a tu entorno, aprendiste a estar muy atenta/o a los mínimos indicios de cambio en su conducta para poder poner en marcha mecanismos que te permitieran evitar aquello a lo que - comprensiblemente - tanto temías: que te abandonaran; sembrándose, así, las bases para el apego de tipo inseguro-ansioso.

Y quizás no fue un abandono real, pero no podías evitar sentirte así cuando necesitabas recibir apoyo, cuidado y protección emocional, y tus cuidadores no estaban ahí, o no estaban disponibles para ti de la forma en que lo necesitabas, cuando lo necesitabas (según los estudios, en el 30% de las interacciones).


Así que aprendiste que, para evitar que te abandonasen (sentirte abandonada/o), debías ser complaciente y estar dispuesta/o a satisfacer las necesidades ajenas. Y también aprendiste que, cuando tienes la atención de esa persona, debes hacer lo que sea necesario para que no se vaya de tu lado, pues nunca sabes cuándo va a volver, y eso te genera mucha inseguridad. Y esto pudo suponer desoír tus propias necesidades y no poner límites para, así, aumentar las probabilidades de que se quedaran a tu lado.




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