Tener pareja no es difícil, aunque a veces se nos complica más de lo que pensábamos.
Me gusta ver a las relaciones como si de experimentos científicos se tratase. Quienes estáis llevando a cabo un proceso terapéutico conmigo ya sabéis lo que os digo sobre los primeros meses de relación: es el momento oportuno para recoger información.
Solemos centrarnos en hacer que funcione. No nos gusta la sensación que se nos queda en el cuerpo cuando una relación no acaba de cuajar y tenemos que enfrentarnos a lo que creemos que es un fracaso amoroso. Por lo que, durante los primeros meses, depositamos energía y esfuerzos a hacer que funcione. Debemos lograrlo, solemos pensar.
Mientras estamos ocupados haciendo que funcione nos olvidamos de un aspecto clave; justo el que os comentaba: nos olvidamos de recoger información.
Cada interacción, cada reacción, cada respuesta de nuestra pareja nos proporciona información valiosa acerca de sus valores, sus estándares y su forma de «ir por la vida».
Volviendo al experimento científico... si recogemos información es para hacer algo con ella. Y por «hacer algo» me refiero a analizarla.
Si lo que nos importa es tener pareja y no afrontar un fracaso amoroso (de nuevo), corremos el riesgo de pasar por alto, banalizar o encontrar explicaciones que nos parezcan lógicas pero que son accesorias, a todos aquellos aspectos que, como consecuencia del análisis de la información recogida, nos chirrían.
Algo que suele funcionar muy bien es preguntarnos si querríamos que la pareja de nuestra (futurible) hija o hijo, contara con esas características, esos valores, esa forma de ir por la vida... O si, por lo contrario, nos quedaríamos más «tranquilas» y «tranquilos» si se alejara de su pareja. Y si aplica a nuestra (futitible) hija o hijo, ¿por qué no a nuestra persona?
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