El síndrome del impostor (que, debo añadir, no se refiere a un síndrome como tal, sino que es una mera etiqueta descriptiva que pretende ofrecer mayor consciencia, comprensión y validación a lo que nos sucede) se refiere al patrón de autoexigencia excesiva, inseguridad y creencias de insuficiencia que se manifiestan en el área laboral.
Unos posts atrás hablábamos sobre el síndrome del impostor y sobre cómo se manifiesta.
Veamos las consecuencias que suele acarrear, las cuales se acompañan de malestar e incomodidad interna.
- Trabajar más y más duro en un intento de compensar nuestra supuesta falta de valía.
- No pedir ayuda y, así, evitar que los demás se den cuenta de nuestra falta de conocimientos.
- Apostar por un perfeccionismo extremo y rígido que no deja lugar al más mínimo error y para el que los fallos son vividos como un fracaso.
- No aceptar cumplidos, porque no creemos que lo que nos dicen nos represente.
- Paralizarnos: de tanto buscar la perfección, puede que la situación nos abrume tanto que procrastinemos o experimentemos un bloqueo.
- Esconder nuestros errores de la mirada de los demás por miedo a lo que puedan pensar sobre nosotros/as y nuestra profesionalidad.
- Hacer formaciones de forma compulsiva: no desde la curiosidad y las ganas de crecer, sino con el único objetivo de calmar nuestra inseguridad.
- No hacer preguntas o consultar dudas para que no se den cuenta de nuestra falta de conocimiento.
- No tener nunca suficiente: perseguimos meta tras meta en un intento de, ahora sí, sentirnos capaces y valiosos/as; pero, cuando las alcanzamos, no nos parece suficiente como para afirmar que valemos.
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