Leí el término «síndrome del inversionista» en algún lado. Debo confesar que no recuerdo qué significa oficialmente, y el motivo no es otro que me monté mi propia película en la cabeza, describiendo el «síndrome del inversionista» desde lo emocional.
Vendría a ser algo así como:
Invertir emocionalmente en alguien, a pesar de no recibir beneficios. Y seguir invirtiendo (tiempo, esfuerzo, energía emocional) en alguien, solamente porque lo invertido pesa cada vez más y más; y dejar de invertir sería visto como mayor pérdida que seguir haciéndolo, a pesar de que las ganancias cada vez parecen ser menos probables si lo analizamos desde lo lógico y racional de la situación.
Asumir que el tiempo, esfuerzo y energía emocional no han dado el resultado esperado es decepcionante. También lo es pensar que nos hemos equivocado en apostar por alguien en quien, al final, no hemos encontrado lo que andábamos buscando a pesar del tiempo, esfuerzo y energía emocional invertidos.
Al fin y al cabo, sucede como cuando montamos un negocio propio: ¿en qué momento dejas de invertir, sin obtener resultados?
Es una pregunta delicada porque, cuanto más hayamos invertido, más nos pesará «darnos por vencidos» y asumir una realidad que, con cada nueva inversión se hace más difícil y pesada, también en lo emocional.
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