En ocasiones hablamos del apego con una connotación negativa. Entiendo porqué: nos genera malestar. Pero no debemos olvidar algo: el sistema de apego ha sido nuestro aliado; cuando éramos bebés completamente dependientes, el vínculo afectivo que establecemos con nuestras/os cuidadoras/es, llamado apego, era nuestra fuente de seguridad: nos permitía sobrevivir.
La cuestión es que nuestro sistema de apego nos «molesta» porque, cuando se activa, lo hace generándonos grandes dosis de ansiedad; una ansiedad que no siempre sabemos gestionar y que nos lleva a actuar no siempre de la mejor forma para mitigar esa ansiedad.
Para gestionar nuestro tipo de apego es importante entender porqué se activa. A continuación nos centraremos en el apego inseguro de tipo ansioso.
Grosso modo diría que nuestro apego ansioso se activa cuando sentimos que nuestra «supervivencia» (emocional) se ve amenazada; esto es, cuando sentimos que el vínculo con nuestra pareja se ve amenazado.
Y puede que nuestro sistema de apego se active ante situaciones «reales» en las que lazo afectivo se ve claramente amenazado (p.e. una ruptura), o ante situaciones en las que el vínculo queda preservado pero en la que sentimos, desde lo emocional, que no es así, quizás porque nos conectan con una herida emocional.
Y puede que nos sintamos:
- abandonadas/os (cuando nuestra pareja queda con sus amistades y «no se acuerda de nosotras/os» porque no está pendiente del móvil)
- rechazadas/os (cuando nuestra pareja reserva tiempo para sus aficiones y pensamos «si me quisiera le apetecería más estar conmigo que hacer algo por su cuenta»)
- ignoradas/os (cuando nuestra pareja no nos ha contestado un mensaje tan rápido como de costumbre y pensamos «si le importase de verdad hubiera sacado unos segundos para hacerlo»)
- fácilmente reemplazables cuando vemos que nuestra pareja se lo pasa bien con otras personas, incluso cuando formamos parte del plan
- poco importantes, que no somos prioridad para nuestra pareja (cuando no compartimos el 100% de su tiempo libre con él/ella y en nuestra cabeza se «dibuja» una especie de jerarquía donde sentimos que «competimos» con p.e. su familia)
Y podemos experimentar todo lo anterior a pesar de estar en una relación recíproca. Pues puede que nuestra pareja nos haga sentir queridas/os, valiosas/os, importantes, parte de su vida, que somos una de sus prioridades; pero puede ser que un episodio active nuestro sistema de apego, puede que viésemos «peligrar» la relación (de forma real o irracional - puede que nos conectase con una herida emocional -) y, tras ese episodio, puede que nuestro sistema de apego sea más sensible y esté sobreactivado, en busca, recordemos, de seguridad y protección.
Y, si en una relación sana, donde hay reciprocidad, puede suceder todo lo anterior, imaginemos qué sucede en una relación donde no hay seguridad, donde estamos muy lejos de experimentar reciprocidad, donde no nos sentimos vistas/os, valoradas/os, tenidas/os en cuenta...
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que el camino será considerablemente más llevadero si contamos con vínculos sanos, que nos proporcionan seguridad a través de la consistencia. De lo contrario, si nos encontramos en relaciones intermitentes, llenas de inconsistencia, sucederá justo lo contrario: que nuestro sistema de apego perpetuará su patrón de sobreactivación.
Y, con todo lo anterior, ¿qué podemos hacer?, pensaréis. Lo primero es trabajarse una/o misma/o; conocernos, explorar cómo nos vinculamos, entender porqué vivimos como vivimos las relaciones de pareja (o los vínculos muy estrechos, en general). No es fácil, por ello es recomendable buscar ayuda de profesionales que puedan acompañarnos en nuestro camino.
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