Todo el mundo es consciente de que tener un hijo te cambia la vida. Y lo hace de manera literal, poniéndola patas arriba en lo afectivo y relacional, no solamente a nivel individual, sino también para con nuestra pareja.
La convivencia y la rutina suelen ser algunos de los factores que merman la calidad de la intimidad de la pareja. Esto aumenta cuando a la ecuación añadimos descendencia.
Algunas parejas que atraviesan una crisis deciden que, para unirlos, tener hijos es buena idea. Craso error. Tener hijos no necesariamente aumenta nuestro nivel de satisfacción con nuestra pareja; sino que a menudo sucede lo contrario (en un 67% de los casos). No lo digo yo; lo dicen los estudios realizados a casi 50.000 personas.
De estos estudios podemos sacar las siguientes conclusiones:
Tener descendencia...
- Aumenta el nivel estrés: ya tenemos una vida suficiente ajetreada antes de tener hijos que, cuando ampliamos la familia se añaden más tareas, más obligaciones... Es evidente. La consecuencia inmediata es una disminución de la intimidad, junto con un aumento en la tensión en la relación de pareja.
Además, como daño colateral al hecho de no tener tiempo para dedicarlo a la pareja, nos encontramos en la situación de tener poco tiempo para el diálogo y, por lo tanto, es más probable que los conflictos deriven en resentimiento y reproches.
- Interfiere en los roles: los miembros de la pareja dejan de ser amigos, confidentes y amantes para ser padres/madres. Y muy a menudo sucede eso mismo: que dejamos de lado otros roles para ser (casi en exclusiva) mamá y papá.
Por supuesto, tener hijos implica posiblemente la mayor responsabilidad de nuestra vida y, en consecuencia, le debemos dedicar gran parte de nuestro tiempo. Pero no todo. Debemos preservar todos nuestros roles de pareja, y seguir siendo amigos, confidentes y amantes.
- Sobrecarga de roles: nadie nos enseña a ser padres/madres. Lo hacemos de la mejor forma que sabemos y esto, queridos lectores, implica intentarlo - muchas veces - y equivocarnos - todavía más -. Esto nos puede hacer tambalear, haciéndonos sentir superados e, incluso, influir negativamente en nuestra autoestima. La consecuencia inmediata es preguntarnos constantemente si somos buenos padres/madres, si lo estaremos haciendo bien...
- Conflictos por el reparto de responsabilidades: en pleno 2020 los roles tradicionales son (afortunadamente) cada vez más cuestionados. Esto significa que no debemos dar nada por sentado y que todo - absolutamente todo - es negociable.
Es innegable la ventaja que esto supone de cara a poder configurar el modelo de familia que mejor encaje con nuestros valores y expectativas. Pero, por el otro lado, nos pone en la tesitura de tener que negociar qué estamos dispuestos a hacer y qué preferimos que haga nuestra pareja; y vice versa.
Estos conflictos por un lado posibilitan que nos acerquemos a nuestro ideal de familia y de gestión de responsabilidades; sin embargo, si no se resuelven, pueden derivarse en más reproches y más resentimientos (si consideramos que con la llegada de los peques tenemos cada vez menos tiempo para poder dialogar).
Antes de acabar este artículo, me gustaría matizar que la satisfacción vital que proporciona aumentar la familia es un hecho estudiado que no debe ponerse en duda. Pero de igual forma tampoco debemos obviar las dificultades que podemos encontrar en el camino, también en lo relacionado con nuestra pareja.
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