Uno de los padres de la psicoterapia de corriente humanista, Carl Rogers, nos habla de la consideración positiva incondicional. Este concepto hace referencia a la actitud de apertura y aceptación a lo que el paciente piensa, siente y experimenta; algo que es fundamental para que se produzcan cambios a través del aprendizaje en primera persona.
En nuestras relaciones sociales, ya sea con familiares, con amigos o con nuestra pareja, resulta inevitable salirnos del rol de familiar, de amigo y de pareja, para posicionarnos en un rol semejante al del terapeuta, en un intento de ayudar a nuestro ser querido. Y es precisamente en este punto en el que debemos tener en consideración la aproximación de Rogers. Debemos aceptar, para poder posibilitar el aprendizaje y el cambio.
Si hablamos de personas adultas, está claro: debemos responsabilizarnos de nuestra propia conducta. Y, por lo tanto, nuestra pareja debe hacer lo mismo con su propia conducta.
Por lo que debemos considerar lo siguiente:
1. Hay cambios y cambios. No es lo mismo un cambio a nivel fundamental, por ejemplo, a nivel de valores; que un cambio a nivel de conducta que no está relacionada con con los valores ni las ideas propias. No podemos pedir un cambio a nivel de valores. No sería justo, ya que representa un cambio estructural. Sin embargo, nos encontramos en una situación distinta si se trata de un cambio a nivel de conducta.
2. No debemos cargar con aquello que no nos corresponde.
3. No podemos obligar a alguien a que cambie, incluso cuando consideramos que la alternativa sería más favorable para su bienestar (salvo casos amparados por la Ley en los que se requiera una hospitalización).
Si bien no podemos obligar a nadie a cambiar, podemos intentar promover un mayor nivel de conciencia, subrayando delicadamente lo bueno que podría traer consigo un cambio en su vida. Ya sea dejar de fumar, jugar menos a los videojuegos, no utilizar la comida como estrategia emocional, o iniciar un tratamiento para calmar la ansiedad...
Podéis buscar información al respecto y confrontarle, cuidadosamente. Eso sí, preparaos para respuestas que quizás no querráis escuchar, como:
"Tú no eres mi madre", "esto no te atañe", "déjame, es mi vida".
Y es cierto. Es así. Es por esto que solamente podemos esperar sembrar una semilla que germine y abra los ojos de nuestra pareja, y apoyarla y acompañarla, decida lo que decida.
Eso sí, si la conducta en cuestión nos afecta de forma directa colindando con nuestro bienestar (o el bienestar de la relación de pareja), deberemos hacernos otro tipo de preguntas:
1. ¿Me afecta a mí, personalmente?, ¿afecta a mi bienestar o al bienestar de la pareja?
2. ¿Me compensa? En caso afirmativo: ¿hasta qué punto?
Es importante que no solamente centremos el foco en nuestra pareja, sino también en nosotros mismos. Porque de la misma forma en que nuestra pareja es una persona adulta y como tal debe ser responsable de su conducta y de su bienestar, lo mismo nos aplica a nosotros mismos. No debemos obligar a alguien a cambiar. No es nuestra responsabilidad. De la misma forma que es nuestro deber velar por nuestro bienestar.
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