Nos han enseñado a ser compasivos, a entender que los demás no son perfectos y que debemos aceptar sus errores. Este «aceptar» a veces se convierte en un «aguantar». Porque es un «aceptar» no genuino; es un «aceptar» que nos molesta justamente porque lo que aceptamos va en contra de nuestros intereses o en contra de nuestros valores.
Nos han enseñado que hay que ser tolerantes. Y eso está bien. Aunque hay ocasiones en que nos pasamos de tolerantes y va en nuestra contra. Y nos cuesta discernir cuándo aplica la norma y cuándo no.
Llevamos un tiempo aguantando injusticias, situaciones que nos agotan; nos decidimos a verbalizarlo, a hacerlo más real explicándolo a amigos y familiares. Les hacemos partícipes de nuestro agotamiento. ¿Y con qué nos encontramos? Con un «dale otra oportunidad».
Personalmente creo en las segundas y terceras oportunidades. Así que sí, apostar por segundas y terceras oportunidades puede ser un acierto en muchas de las ocasiones, sin duda. Somos humanos y, como tales, nos equivocamos. Errar no está mal. Lo que es cuestionable es errar una y otra vez, a sabiendas que nuestros errores acarrean consecuencias para nuestro bienestar y para el bienestar de otros.
Somos humanos y nos equivocamos. Sí. Pero también somos adultos responsables -o debemos aspirar a serlo-. Y, como tales, debemos responsabilizarnos de nuestras acciones. Repito: podemos equivocarnos; y creo en segundas y terceras oportunidades. Pero, en ocasiones, debemos decir «basta».
Nos cuesta decir «basta» porque es anteponer nuestras necesidades. Es decirle al otro: «Sé que no vas a cambiar; o no estoy dispuesta o dispuesto a seguir esperando -con el agotamiento que conlleva- a ver si a la enésima va la vencida».
«Dale otra oportunidad», cuando ya sumamos varias oportunidades en el pasado, es un mensaje que nos empuja al mismo círculo vicioso del que queremos salir cuando decidimos expresar cómo nos sentimos.
«Dale otra oportunidad» nos aleja de la aceptación de la situación y, a la vez, de un muy necesario proceso de duelo: debemos enfrentarnos a aceptar que la situación no va a ser como esperábamos; y que, por lo tanto, debemos cambiar nuestros planes y adaptarnos a la nueva realidad.
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