Amar y ser amada/o debe ser un sentimiento profundo y gratificante, que nos proporcione bienestar, que nos nutra, que fomente el crecimiento mutuo.
Sin embargo, no siempre es así. A veces sufrimos en nombre del amor. Y es que nos han enseñado que el amor es sacrificio, renuncias sistemáticas e, incluso, sufrimiento; incluso, que cuanto más duele significa que más sentimos, que más intenso es el amor que procesamos por nuestra pareja; pero se olvidaron de decirnos que si hay (tan elevadas dosis de) sufrimiento, si en nuestras relaciones solemos conectar a menudo con el malestar que nos producen las grandes dosis de ansiedad que experimentamos, probablemente no sea amor. Entonces, ¿si no es amor, qué es? Probablemente de apego (el lazo afectivo que nos une a nuestra pareja y, cuando es de naturaleza insegura, nos predispone a experimentar (co)dependencia emocional). Claro está que en el amor no todo es de color de rosa: el sentimiento de amor puede sufrir altibajos. Y es que la línea que separa el amor del apego es muy delgada: ambos tienen como objetivo fomentar y mantener vínculos muy, muy cercanos. En su momento, cuando éramos bebés completamente dependientes de nuestros cuidadores, el vínculo afectivo que establecimos con ellos, llamado apego, era nuestra fuente de seguridad: nos permitía sobrevivir. En la actualidad, cuando nuestro sistema de apego se activa, lo hace de forma más o menos intensa, dependiendo de la sensación subjetiva de pérdida de seguridad que experimentemos en la situación, y de nuestro tipo de apego. Si sentimos grandes dosis de inseguridad en la relación, nuestro sistema de apego se activará de forma notable, haciendo que experimentemos cambios fisiológicos más que evidentes (que suelen traducirse en lo que conocemos como ansiedad) con el objetivo de que volvamos a recuperar nuestra seguridad de inmediato. Y cuando nos sentimos así, es difícil no caer en pensar que lo que experimentamos es fruto del amor, de lo que sentimos por nuestra pareja, porque la queremos con locura, porque no podemos vivir sin él/ella; y prueba de ello es el malestar que experimentamos cuando vemos que el vínculo peligra. Sin embargo, hay unos aspectos que deberían ayudarnos a diferenciar el amor del apego: 1️⃣ La presencia de ansiedad en las relaciones: que sintamos malestar emocional a menudo y relacionado con el área sexoafectiva 2️⃣ Que experimentemos inestabilidad unida a nuestros miedos e inseguridades, y que sintamos que lo anterior depende del mensaje que nos manda nuestra pareja respecto al estado del vínculo que nos une, a través de sus acciones y palabras Grosso modo, diría que el apego pone en jaque nuestro bienestar, supeditándolo a la estabilidad y la seguridad del vínculo. Algo así como: «si mi pareja me demuestra con acciones y palabras que nuestro vínculo es seguro, experimentaré calma y bienestar». Pero lo mismo sucede en el sentido contrario: «si las acciones y palabras de mi pareja (o la ausencia de las mismas) me hacen dudar de la seguridad del vínculo, conectaré rápidamente con mis inseguridades y miedos, experimentando grandes dosis de ansiedad y afectando mi bienestar». Si nuestra pareja nos suele proporcionar lo que necesitamos para que experimentemos seguridad respecto al vínculo, los efectos del apego pueden llegar a pasar desapercibidos en tanto que nuestro sistema de apego raramente se activará, o lo hará de forma muy leve y fácilmente gestionable. Sin embargo, si percibimos una pérdida de la seguridad respecto a nuestra relación, nuestro sistema de apego se activará a menudo y nos llevará a vivir las relaciones desde la ansiedad. ️ Y es que, el apego gira alrededor de experimentar seguridad. La seguridad en el vínculo es necesaria, pero el grado en que nos afecte a nuestro bienestar dependerá de qué tanto nos vinculamos desde el amor... o desde el apego (y del tipo de apego que tengamos). ¿Y de qué depende que experimentemos más o menos seguridad en nuestra relación? Si nuestro apego es del tipo ansioso, necesitaremos experimentar cercanía y conexión de forma constante para sentirnos seguros/as respecto al vínculo.
Si nuestro apego es del tipo evitativo, necesitaremos apostar por la independencia, tomando distancia, incluso acabando con la relación de forma abrupta para volver a recuperar la seguridad.
En mi nuevo libro hablo sobre vínculos, apego y relaciones en general. Los párrafos anteriores son un resumen (muy, muy resumido) de una sección de mi nuevo libro (todavía estoy escribiéndolo, pero no me he podido resistir a compartirlo).
Si vives tus relaciones desde el malestar y sientes que ha llegado el momento de hacer algo al respecto: busca ayuda profesional especializada en relaciones, vínculos y apego. Trabajarlo por cuenta propia no es imposible, cierto; pero trabajar el apego implica pedirle a nuestra mente que ponga en pausa un sistema que lleva con nosotros los humanos miles de años; un sistema que cumple su función, aunque en la edad adulta suele suponernos algún que otro dolor de cabeza. En definitiva: diría que trabajar el apego es como aprender a bucear: en el buceo, debemos aprender a respirar de forma distinta; y, en el caso del apego, a vincularnos de forma distinta y a gestionar de forma potencialmente más sana aquellas situaciones en las que experimentamos malestar debido a una pérdida de seguridad.
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