Algunas veces escuchamos para responder, no para escuchar. Mientras escuchamos al otro vamos haciéndonos una idea de lo que queremos expresar en cuanto sea nuestro turno de palabra.
Queremos responder, y creemos que debemos hacerlo rápido. Vacilar, dudar de nuestra respuesta, puede dar una imagen de inseguridad, de falta de confianza, de debilidad -o eso creemos-. Una imagen con la que no nos sentimos cómodos, en absoluto; y con la que no queremos que se nos asocie.
De hecho, queremos proyectar justamente todo lo contrario: seguridad, confianza en nosotros mismos, fortaleza. No hay nada malo en ello; al contrario. Siempre y cuando lo que proyectemos sea real y, por lo tanto, no nos suponga hacer un esfuerzo extra o fingir que somos alguien que no somos.
No hay nada de malo en dudar, en no saber qué responder, en tener que pedir un tiempo para reflexionar; eso no nos hace más inseguros, ni más débiles; sino que nos hace más conscientes de nuestras incertidumbres, de lo que se nos dice, de lo que queremos expresar y del acto comunicativo en general.
Que queramos responder ipso facto y que queramos desmarcarnos de las dudas, que no queramos mostrarnos débiles; no es más que una estrategia para protegernos ante posibles agresiones (verbales, emocionales).
Creemos que si nos mostramos débiles estamos más expuestos a ellas. Y puede que en algunas ocasiones, con determinadas personas, sea así. Pero no tiene por qué serlo en todos los caso; ni mucho menos.
Si tenemos que protegernos ya lo haremos; si tenemos que defendernos, ya lo haremos. Confiemos en nuestras herramientas, en nuestras capacidades y escuchemos para escuchar, no para responder.
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