Rebeca ha puesto fin a la relación que mantenía con Sergio. Ha sido una decisión muy meditada: llevaba varios meses pensando que la mejor opción, tras agotar todas las posibilidades para que la relación funcionase, era dejarlo.
Sin embargo, no podía evitar que la incertidumbre la hiciera sentir abrumada:
«¿Estaré haciendo bien?, ¿y si me equivoco?»
Ahora, tras llevar a cabo la decisión, se siente triste y ansiosa. Sentirse así le lleva a pensar en la posibilidad de no haber tomado una buena decisión.
«¿Si la decisión tomada fuese la acertada, no debería sentirme aliviada y satisfecha?»
Sí, puede que sí, puede que Rebeca esté en lo cierto. Pero lo anterior representaría solamente una parte de la realidad. Una parte de la realidad que, quizás, todavía no sea posible que se ponga de manifiesto en su caso.
Recordemos que las rupturas conllevan un proceso de duelo. Y duelen. La tristeza suele acompañarnos en el proceso de transitar el duelo por una ruptura. Es esperable en tanto que una parte del desarrollo natural del proceso.
Y puede que nuestro sistema de apego se haya activado; de ahí la ansiedad.
Que Rebeca se sienta triste y ansiosa no necesariamente significa que se haya equivocado.
Por eso, para mí fue importante valorar qué le hacía pensar, al margen de la tristeza y la ansiedad, que quizás no había sido una buena decisión.
Nada.
Si lo pensaba dejando de lado cómo se sentía, Rebeca estaba convencida de que no podía seguir adelante con su relación, salvo que estuvieran dispuestos a arriesgar (seguir arriesgando) su bienestar emocional. Un precio más alto del que cualquiera de los dos estaría dispuesto a pagar.
Racionalmente todo estaba claro, no había un atisbo de duda. La decisión estaba muy meditada y ambos estaban de acuerdo - de hecho, en cierta medida la decisión había sido tomada de forma prácticamente bilateral -.
Sin embargo, experimentar tristeza y ansiedad, aparte del malestar inherente, preocupaba a Rebeca pues le hacía pensar que no había sido buena idea poner fin a la relación.
De hecho, no solamente la preocupaba, sino que la ansiedad y la tristeza la convencían de ello.
En realidad, ¡¿cómo no va a ser así?! Las emociones se sienten tan adentro, en las entrañas, que ¿cómo no vamos a pensar que el mensaje que nos mandan es inequívoco?
Sin embargo, quizás las emociones no responden a la complejidad de determinadas situaciones, no atienden a los matices que, desde lo racional, debemos poner sobre la mesa para tomar «buenas» decisiones. Y entendemos por ello, decisiones que velen por nuestro bienestar a medio y también a largo plazo, aunque supongan un traspiés emocional en la actualidad y eso nos haga creer que nos hemos equivocado.
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