Poner en jaque al statu quo puede ser una de las cosas más peligrosas y, a la vez, más gratificantes que podemos hacer.
El statu quo viene a ser algo así como el orden establecido; aquello que marca cómo deben ser las cosas. Poner en jaque al statu quo, en lo que a relaciones se refiere, no suele tener consecuencias agradables. Es justamente lo que sucede cuando se cambian las reglas del juego.
A menudo, en terapia, el proceso nos lleva a tener que poner límites, a decir «no», a decir «basta», a decir «ya no puedo más». Y eso, como es previsible, no siempre es bien aceptado por la otra parte. Al contrario: suele generar cierta reticencia, en el mejor de los casos. En el peor (?¿) de los casos, puede dinamitar la relación.
Pero, retrocedamos: si tenemos que poner límites, es porque probablemente se estén sobrepasando las barreras que necesitamos establecer para nuestro bienestar. Entonces, preguntémonos: ¿Si no podemos poner límites porque la otra parte no lo acepta, qué hacemos? O, en otras palabras: ¿Cuál es el precio de mantener esa relación? Y relación incluye las de naturaleza sentimental, de amistad, profesionales o, por supuesto, de carácter familiar.
En estos casos, debemos poner en la balanza nuestro bienestar VS mantener el statu quo; sopesar y, sobre todo, actuar en consecuencia.
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