Entendemos por relación tóxica aquella en la que se dan de forma sistemática dinámicas disfuncionales que se traducen en malestar para, al menos, una de las partes implicadas.
Tras poner fin a una relación tóxica, queremos dejar el doloroso pasado atrás. El duelo puede que no resulte fácil porque, a pesar de sentir que estaremos mejor fuera de esa relación, es posible que echemos de menos algunos aspectos, incluso a nuestra expareja.
Cuando sentimos que ha llegado el momento de conocer a alguien y volver a intentarlo en el amor, nos preguntamos:
- ¿Estaré preparado/a?
- ¿Seré capaz de construir algo sano? (si quieres aprender a co-construir relaciones sanas y seguras, echa un vistazo a mi nuevo libro, haciendo clic aquí)
- ¿Se repetirá la misma historia?,
-¿Qué impacto tendrá lo vivido en relaciones anteriores?
- ¿Cuáles son las consecuencias de haber vivido una relación tóxica?
Estas no tardan en hacerse evidentes: miedo al conflicto, temor a que las discusiones escalen, anticipación de consecuencias para el vínculo si expresamos cómo nos sentimos...
Y es que, a pesar de que quisiéramos dejar el pasado atrás y hacer borrón y cuenta nueva, esto no es posible: aunque de forma consciente creamos que hemos olvidado lo vivido en anteriores vínculos, hay aprendizajes que se manifiestan a un nivel inconsciente.
A nuestro sistema nervioso no se le olvida cómo nos hemos sentido ante determinadas situaciones, frente a determinados estímulos. Por eso no es fácil simplemente hacer borrón y cuenta nueva.
No obstante, te diré, tampoco sería deseable hacerlo. ¿Por qué? Porque a raíz de esos aprendizajes hemos desarrollado ―de forma más o menos consciente― una serie de estrategias protectoras.
Y es que, en cada interacción aprendemos sobre las relaciones, sobre las dinámicas y sobre nosotras/os mismas/os.
Estas estrategias que hemos integrado como resultado de los aprendizajes contribuirán a que entremos en las nuevas relaciones con una mirada distinta.
Quizá una mirada impregnada de miedo, cierto; algo que, sin duda, merecerá nuestra atención y que requerirá de cierto trabajo interno.
Pero puede que también una mirada más consciente: quizá ahora sí sabemos qué queremos y qué no; qué nos hace bien y qué nos hace daño. Lo hemos aprendido a base de incomodidad, dolor y sufrimiento, sí.
Lo sé, preferiríamos no tener que haberlo aprendido en estas circunstancias. Pero, si echamos la mirada atrás y observamos lo sucedido en anteriores vínculos desde la curiosidad, sin culpabilizarnos pero sí responsabilizándonos, con compasión, podemos aprender mucho.
Por este motivo yo soy muy fan de extraer aprendizajes, de exprimir las rupturas al máximo. Sé que quisiéramos no pensar en el pasado. Que, simplemente, dejase de doler. Pero yo soy más de pensar que, en lugar de simplemente olvidar y dejar atrás, en lugar de hacer borrón y cuenta nueva, podemos destinar recursos mentales y emocionales a «exprimir la ruptura».
«Exprimir la ruptura» consiste en aprender sobre los aprendizajes ―valga la redundancia― que hemos ido incorporando a lo largo de la relación; en hacer consciente lo que nuestro sistema nervioso ha aprendido fruto de hacer frente a determinadas situaciones, de formar parte de determinadas interacciones.
En otras palabras: ser más conscientes de los mismos; y, sobre todo, en decidir si son sanos o no y, por lo tanto, si queremos que formen parte de nuestra forma de ver y vivir las relaciones de pareja.
Como ves, hay mucha consciencia en todo esto.
Para algunas personas, este exprimir sucede de forma natural. Especialmente si se trata de personas reflexivas, personas que quieren aprender sobre sí mismas y sobre sus experiencias; personas curiosas que, antes de huir de lo que sienten, están abiertas a usarlo a su favor si esto significa aprender y crecer.
Otras ―quizás aquellas que han aprendido a dejar sus emociones de lado, a anestesiar lo que sienten para que la relación funcionase o que han perdido la voz en su anterior relación― pueden necesitar una ayuda para extraer estos aprendizajes, aprender de sí mismas y de aquellos patrones que pudieron no ser del todo sanos; aquellos patrones que corremos el riesgo de repetir en futuros vínculos.
En paralelo, hay aprendizajes que suceden a nivel de sistema nervioso, como iba anticipando en párrafos anteriores, y de los cuales no siempre somos conscientes.
Conocernos en estos términos, explorar qué ha aprendido nuestro cuerpo sobre determinadas situaciones o estímulos que pueden ejercer como disparadores emocionales nos ayudará a entender mucho mejor, con mayor claridad, qué sucede en las nuevas dinámicas que se den en futuras relaciones.
Porque, a veces, a nivel cognitivo hemos hecho extraído aprendizajes. Sin embargo, nuestro cuerpo almacena otros aprendizajes que están estrechamente relacionados con nuestra supervivencia, que puede incluso estar relacionados con anteriores etapas de nuestra vida, los cuales pueden manifestarse en forma de reacciones a las que, a priori, no encontramos sentido porque la situación actual es radicalmente distinta a nuestra relación anterior.
Si crees que es tu caso, crees que corres el riesgo de repetir patrones, te gustaría evitarlo pero no sabes por dónde empezar, valora la posibilidad de ponerte en manos de de quien pueda acompañarte en el proceso de exprimir los aprendizajes que trae consigo esa dolorosa ruptura para poder crear, mantener y disfrutar de vínculos más sanos en el futuro.
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