Si nos centramos en complacer a los demás, corremos el riesgo de perdernos. Y, a veces, debemos correr el riesgo de perder a los demás para reencontrarnos.
Ser excesivamente complaciente significa poner a los demás por delante de forma sistemática, sin preguntarnos si tan siquiera nuestro bienestar puede permitírselo, dejando de lado nuestras necesidades, incluso abandonándonos.
¿Por qué haríamos tal cosa?
Ser excesivamente complacientes pudo ser la estrategia que integramos de forma inconsciente en etapas anteriores de nuestra vida, con el objetivo de mantener la aprobación de nuestras figuras de apego.
Necesitamos sentirnos valiosos/as, cuidados/as, queridos/as por nuestras figuras de apego. Necesitamos mantener el vínculo. El vínculo nos garantiza la supervivencia; así es como estamos programados/as.
Pensando en estos términos, la desaprobación amenazaba nuestras supervivencia. Así lo interpretó nuestro cerebro. Y nadie quiere poner en jaque su supervivencia, ¿verdad?
Así se instaura el patrón complaciente. ¿El resultado? Abandonar nuestras necesidades en pro de obtener aprobación (que ya hemos visto que, en términos emocionales y biológicos, es mucho más que eso).
Como consecuencia, nuestra identidad e individualidad se ven impactadas, pues no decidimos en base a nuestras necesidades e intereses, sino en base a lo que creemos que los demás esperan de nosotros/as para seguir obteniendo su aprobación.
En otras palabras: construimos un «falso Yo», una parte complaciente a través de la aprobación externa. Y es así como nos perdemos.
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