El origen de sentir que damos mucho, que damos más y más, y no recibimos se encuentra en la siguiente dinámica:
1️⃣ Actuamos acorde con nuestros valores y con lo que creemos que debemos hacer para ser aceptados, valorados y queridos.
2️⃣ Sentimos que estamos siendo buenos amigos/as, buenos hijos/as, buenas madres/padres, buenas parejas... Y eso nos reconforta.
Sin embargo, no todo es un camino de rosas. De hecho, con el tiempo:
3️⃣ Nos sentimos agotados de tanto dar: aunque lo hagamos con gusto, requiere que le pongamos tiempo, atención y esfuerzo. Y eso agota.
4️⃣ Nos olvidamos de nosotros mismos: tanto poner el foco en los demás, tanto dejar nuestras necesidades en un invisible segundo o tercer plano, nos olvidamos de qué necesitamos, incluso de lo que nos gusta o de lo que nos hace sentir bien.
5️⃣ Nos frustramos: no damos para recibir; sin embargo, nos gusta que nuestras relaciones sean recíprocas. De tal manera que al dar, generamos una serie de expectativas internas sobre lo que vamos a recibir. Y, si no se cumplen, nos encontramos de bruces con una dolorosa realidad. La lógica de ese dolor es la siguiente:
Si yo, Laura, me muestro muy atenta con mi amiga Patri, es porque la quiero un montón y me preocupo por ella, y quiero que esté bien.
Por lo tanto, si Patri me quiere y soy tan buena amiga para ella como dice, esperaré que se preocupe por mí, tal y como yo hago, porque la considero una buena amiga, la quiero y quiero que esté bien.
Pero eso no siempre sucede. Entonces, pensamos que esta asociación funciona en ambas direcciones:
💭Yo me preocupo ➡️ porque quiero a mi amiga
💭Si mi amiga no se preocupa ➡️ es que no me quiere
6️⃣ Y en ese momento caemos en la trampa de pensar que solamente hay una forma de preocuparse, de querer: la nuestra. Y sí, somos conscientes de que no es así, pero las emociones siguen engañándonos, seguimos cayendo en la misma trampa una y otra vez.
Y todo esto:
7️⃣ Nos genera quebraderos de cabeza: ¿qué más tengo que hacer para que Patri me quiera?
8️⃣ Llegamos a la conclusión de que no somos suficiente. En algunos casos incluso acabaremos pensando que no merecemos ser valorados, cuidados, queridos; porque si después de todo lo que hacemos, no recibimos amor y preocupación a cambio, será porque verdaderamente no lo merecemos.
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