Gina (nombre ficticio) es una joven de 35 años. La conocí a principios de 2017 envuelta de un halo de frustración. Para aquel entonces llevaba 2 años "en pareja" y lo pongo entre comillas porque la relación era peculiar, por decirlo de alguna manera: Jorge estaba casado. Gina era "la otra", como ella misma decía (y perdonad que use esta expresión, pero es la que escucho en consulta).
Gina y Jorge hablaban a diario y a menudo quedaban para hacer deporte. Pero, sobre todo, lo que hacían eran planes de futuro. Hablaban de dónde vivirían, de a qué restaurantes irían, de adónde viajarían, de la familia que querían formar. Todo esto cuando Jorge dejara a su mujer, claro. Algo que nunca sucedía. Pero de lo que Gina estaba convencida. La esperanza de Gina se aseguraba de que fuese así y, cuando esta flanqueada, ahí estaba Jorge ofreciéndole migajas.
Pero solo migajas, porque Jorge no "podía" dejar a su mujer. Llevaban unos años intentando tener un bebé y no se quedaban embarazados. Virginia estaba muy apenada y no podía dejarla "en ese estado".
Gina vino a varias sesiones. A cada palabra que articulaba en mi cabeza se encendía un letrero gigante de luces rojas, parpadeantes que decían: ¡sal de ahí, ya! Aunque mi trabajo consistía en acompañar a Gina en su proceso.
Estas son las conclusiones o, mejor dicho, los planes que llegamos a trazar en consulta.
Plan A: dejar a Jorge. O, mejor dicho, poner fin a lo que tenían. Si en 2 años no ha dejado a su mujer, es altamente improbable que lo haga. Sin embargo, Gina insistía: "yo le quiero, quiero estar con él y sé que la va a dejar". Tenía un gran enganche y confianza casi ciega en él. Algo que se traducía en sentimientos encontrados: una parte de ella era pro plan A; pero a otra le generaba un profundo rechazo cuando el miedo y la dependencia no sana se apoderan de ella.
Por eso Gina se sentía cómoda con el Plan B: hablar con Jorge, darle un ultimátum. De esta forma todavía habría posibilidad de tener ese futuro que tanto deseaba.
¿Adivináis que sucedió?
A finales de 2019 Gina me pide cita. Yo no había sabido nada más de ella tras un par de cancelaciones de último minuto. Se disculpó: estaba avergonzada de no haber podido ejecutar la clara consecuencia de un ultimátum cuando no se cumplen con los requisitos: "dejar" a Jorge. Y reconocía que la situación se le había ido de las manos. Tanto, que pensaba que las únicas alternativas eran estar con Jorge o irse de este mundo. Estaba desesperada y desesperanzada. Ahora no llevaban 2 años "juntos", sino 4. "Pero la cosa va avanzando, Montse", me decía Gina.
Jorge compartía con Gina lo mal que estaba con Virginia, lo insoportable que se estaba volviendo su relación. "Quiere irse de casa", me decía Gina sobre Jorge. La realidad es que llevaban así 4 años, aunque Gina solamente veía los pequeños avances, como si el resto de la situación, como si ella misma no importara. Así que ahora el "obstáculo" para que su amor triunfase no era Virginia - ni el dolor por el bebé que no podían tener -, sino los padres de Jorge. Según él, eran chapados a la antigua y no entenderían cómo iba a dejar a su mujer. Así que necesitaba tiempo para allanar el terreno. "¿Cuánto?", le preguntaba Gina. A lo que Jorge siempre respondía con un esquivo: "estoy en ello, dame unos meses más".
Y así, promesa tras promesa, Gina se había conformado con la limosna de afecto que Jorge le daba de vez en cuando. Durante 4 años.
4 años que pesaban mucho a Gina. 4 años en los que había vivido anhelando tener una relación con Jorge que cada vez sentía como menos probable. Sin embargo, ella estaba convencida de que debía seguir para adelante. La esperanza era lo único que tenía. Aquella no-relación se había llevado su autoestima por delante. Ahora se veía vieja y fea (cito tectualmente), sin valía para encontrar a una pareja que le aportase lo que le aportaba Jorge.
Esta vez Gina vino a más sesiones y conseguimos transformar la desesperanza en nuestra aliada. La desesperanza se tradujo ennrabia y, la rabia le daba fuerzas, pero esta vez para poner fin a la relación
Gina entendió que podía optar a conocer a alguien que no la tratase como Jorge, sino alguien que pudiera proporcionarle lo que ella buscaba: una relación estable, sin engaños, sin esperanzas rotas, sin segundos platos.
Gina ahora veía la situación con mayor claridad y se sentía más segura de sí misma: sabía que Jorge no la podía ningunear (todavía) más, porque no lo iba a prrmitir; pues ya había perdido muchos años por la promesa de una relación que era poco probable que existiera fuera de su mente y que Jorge la estaba utilizando para sentirse atractivo y deseado.
Nunca sabremos si Jorge tenía intenciones reales de iniciar una relación con Gina. Pero lo que sí sabemos es que no estaba siendo responsable para con ella, ni para con Virginia. Y eso, a Gina, le acabó importando más que las promesas que nunca se cumplían.
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