«Somos como dos compañeros de piso. Apenas hablamos si no es sobre los peques o sobre sus obligaciones. Hoy, por ejemplo, lo poco que nos hemos visto hemos hablado para repartirnos las tareas: ir al supermercado, llevar a Tobby al veterinario, recoger unas medicinas para mi madre, hacer los deberes con los niños... ya me entiendes. Somos un buen equipo, nos organizamos muy bien. Eso sí, sin afecto. Al menos así lo vivo yo. Y creo que a Jesús le sucede lo mismo: se queja de que apenas le cuento cosas sobre mi día y que cuando intenta acercarse me aparto; me atrevería a decir que él hace lo mismo», así describe su situación de pareja Lisette.
A juzgar por lo que comenta, Jesús y ella son unos excelentes compañeros de piso: lo llevan todo al día, sin discusiones. Y se preocupan por la crianza de sus dos hijos: ambos quieren lo mejor para ellos —naturalmente— y están dispuestos a crecer emocionalmente para, cito textualmente, «ser mejores personas para los niños». Consensúan todo lo relativo a ellos, no se desautorizan, parece que pueden dialogar al respecto.
Pero ¿qué sucede respecto a la intimidad? No la hay, simplemente no la hay. Ni conversaciones sobre cómo se sienten, ni miradas, ni caricias, ni besos, ni abrazos.
Lisette y Jesús hacían un buen equipo en todas las áreas menos en la emocional. No, ya no.
Si os soy honesta, estuve tentada a dar por hecho que Lisette venía a consulta para «salvar» su relación, para resucitar de las cenizas aquella pareja bien avenida, cómplice y risueña que decía que fueron. Pero no, hice «bien» mi trabajo y le pregunté:
«Lisette, ¿en qué te gustaría que te ayudase?»
«Pues no lo sé, Montse. Porque a veces siento que Chus y yo estamos tan y tan lejos el uno del otro que ya no sé si podemos volver a encontrarnos».
Nuestras primeras sesiones fueron encaminadas a entender las dinámicas que se estaban dando dentro de la relación, a darles sentido.
También trabajamos en descubrir qué necesitaba Lisette, qué quería de su relación, qué debía cambiar para que le proporciona lo que ella necesita, si eso era factible y si era lo que su Yo actual deseaba.
Hace 8 años Lisette decidió iniciar una aventura con Jesús: unir sus caminos, ser padres de dos niños (y un perro). Pero la sensación que me transmitía es que no era una decisión que hubiese ido ratificando con el tiempo, como si simplemente hubiese puesto el modo piloto automático centrándose en «hacer» y no tanto en «sentir» (y decidir en consecuencia). Y cuanto más se alejaba de Jesús, más se alejaba él también, y viceversa.
Definitivamente, no fue un trabajo fácil, porque la tentación que tuve yo de querer trabajar para «salvar» su relación era la misma que ella ponía sobre la mesa de forma sistemática, sin pensar, porque creía que es «lo que toca» y lo más conveniente para su familia. Es por eso que las primeras sesiones consistieron en un trabajazo de honestidad para consigo misma, y en decidir con consciencia qué es lo que desea.
Tras unos meses de terapia, Lisette y Jesús siguen juntos. Se están sintiendo más cerca; y esto ha sido posible gracias a que Lisette decidió conscientemente trabajar para empezar a reservarse tiempo y atención para «sentir y conectar». Debo añadir que Jesús hizo un gran trabajo por su parte: no vino a consulta, pero estaba siempre abierto a cualquier sugerencia que Lisette llevase a casa: «Chus, traigo deberes de la psicóloga» acabó convirtiéndose en «cariño, Montse nos felicita por el trabajo».
Lisette y Jesús estaban decididos a ser mejores personas para sus hijos, y decidieron hacer lo mismo para cuidar su vínculo.
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