Entre una mezcla de impaciencia y de baja tolerancia a la incertidumbre, junto con un insaciable sentido de la autocrítica y cierta adicción a los «¿...y sí?», encontramos justamente esto: la dificultad de vivir en el día a día; la incapacidad para vivir un día a la vez.
Mi opinión se sustenta en lo siguiente:
Por un lado, nos encontramos con las preocupaciones por:
- lo que no hicimos
- lo que hicimos pero no como nos hubiera gustado
- los errores que cometimos (que, en ocasiones, son meras imperfecciones)
- lo que no llegamos a hacer o a decir (¡qué fácil es criticarnos a toro pasado!?
Y, por otro lado, las preocupaciones por el futuro:
- qué sucederá
- cómo lo gestionaremos
- qué resultados obtendremos de nuestra conducta
Tenemos poco control sobre nuestro pasado: no podemos cambiarlo. Pero sí podemos escoger cómo lo interpretamos, o lo que hacemos con nuestra percepción de lo hechos. Y, sobre todo (¡sobre todo!) podemos utilizar el pasado como una experiencia de aprendizaje que no tiene precio.
Y, respecto al futuro: tenemos el control de aquello que está en nuestras manos, por lo que debemos centrarnos en qué hacemos o qué podemos hacer para conseguir los resultados que deseamos.
Todo lo demás solamente contribuye al ruido mental, a un molesto ruido mental que a menudo boicotea nuestras ganas de vivir el presente. Por lo tanto, centrémonos: vivamos el presente, aunque conservemos una mirada al pasado para aprender del mismo y, otra, al futuro; pero vivamos el presente, un día a la vez.
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