Escuchamos hablar sobre las heridas infantiles o heridas emocionales pero, ¿qué son realmente?, ¿cómo se originan?
Yo las definiría como las secuelas que tienen lugar tras haber experimentado una situación que nos resulta dolorosa o traumática en una edad temprana.
En ocasiones, la situación que se sitúa en el origen de la herida está clara y, sin atisbo de duda, tiene un componente claramente traumatizante. Estoy pensando en situaciones de abuso, de maltrato, de abandono... incluso escenarios algo más inocuos en apariencia como una separación temprana de uno de los progenitores tras un divorcio, que uno de nuestros progenitores trabajara muchas horas, que tuvieran que dejarnos al cuidado de otra persona...
Sin embargo, hay heridas que se generan a pesar de haber tenido una infancia aparentemente feliz. ¿Por qué? Porque a la hora de entender nuestras heridas no solamente tenemos que tener en cuenta los hechos, sino cómo los hemos vivido, y la experiencia emocional de cuando éramos pequeños/as es muy distinta a la mirada que podemos tener como adultos, con herramientas y estrategias emocionales, con capacidad para protegernos emocionalmente.
Cabe, pues, destacar, que es posible que el origen de las heridas sean acciones llevadas a cabo sin ningún tipo de maldad; al contrario: padres/madres que quieren lo mejor para sus hijos/as, que actúan de la mejor forma que saben o pueden, incluso con la mejor de las intenciones (p.e. progenitores exigentes que tratan de sacar lo mejor de nosotros/as o progenitores que tratan de hacer que seamos lo más fuertes e independientes posible). Y lo anterior no es mutuamente excluyente con el hecho de que nuestras necesidades quedaran insatisfechas; y este punto es, precisamente, la clave.
¿Cómo podemos saber que tenemos una herida infantil?, os preguntaréis. Para mí, la respuesta sería:
1️⃣ Prestando atención a las situaciones que nos hacen daño, a aquellas que nos tocan muy adentro, que despiertan miedos y emociones intensas.
2️⃣ No debemos juzgar si deberíamos sentirnos como nos sentimos. Si nos juzgamos, nos estaremos alejando de lo verdaderamente importante: acompañarnos, abrazarnos y entendernos.
3️⃣ En vez de juzgarnos, para mí, lo conveniente sería intentar entender por qué nos sentimos así, cuándo fue la primera vez que recordamos sentirnos así, a qué nos recuerda esa emoción, con qué conectamos.
4️⃣ Aprender: tomar nota de los momentos de «clic» mental que experimentamos. Aprender sobre nosotros/as mismos/as, sobre nuestro historial emocional, sobre nuestra mochila, sobre nuestras heridas. Será desde la compasión y desde la comprensión que podremos empezar a lidiar con ellas.
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