Perdí la cuenta de los días que hacía que Álvaro ya no estaba en mi vida. De forma inconsciente, llegué a la conclusión de que no tenía sentido seguir contándolos. Supongo que una parte de mí se empezaba a acostumbrar a esta nueva realidad. Y mis amigas, que antes me mandaban mensajes animándome o recordándome en qué día estábamos, sabiendo que cada día era un logro, también se había acostumbrado a que Álvaro no fuese el único tema del que hablaba.
Ese mismo día que caí en la cuenta de que ya no ocupaba tanto espacio en mi vida, decidí hacer un cambio: quería ser una nueva yo. Una nueva Laura. Fui a la pelu, me compré ropa que representase mejor mi presente y cambié la decoración de casa. Quería volver a empezar. Estaba decidida.
Cuando volví a casa cargada con una nueva planta, bolsas con comida y las chucherías favoritas de la Sra. Norris, pasó lo que temía que pasara. Una parte de mí sabía que tarde o temprano sucedería. Otra, esperaba que fuese más tarde que temprano. Pero ahí estaba: Álvaro, a tan solo unos metros, acercándonose a un paso ligero que poco margen me dejaba para procesar lo que estaba sucediendo y decidir qué queríahacer. Y no estaba solo. Le acompañaba una chica.
Las piernas me empezaron a temblar. Juraría que me quedé blanca de golpe. ¿Me paro?, ¿le saludo si quiera?, ¿finjo que no los he visto? Les tenía a apenas dos metros. Debía decidir.
En realidad, decidió él. Por supuesto, no conocíamos otra forma de funcionar. Qué irónico.
Hubo contacto visual, pero en seguida evitó que se siguieran cruzando nuestras miradas. Y antes de que me hubiera dado cuenta, ya habían pasado por mi lado.
Tardé unos minutos en recuperarme. Acababa de suceder. Había sido real. Había sobrevivido a ese momento.
“¡Qué estúpida!, no deberías darle tanta importancia. Hace meses que no está en tu vida”, me decía. Pero era imposible no pensar en ello. No podía parar de darle vueltas y vueltas.
¿Quién era esa chica? ¿Era su novia? ¿Iban en serio? ¿Tan poco tiempo había necesitado para olvidarme? ¿Cómo había podido rehacer su vida tan rápido?, con lo mucho que me estaba costando a mí tan siquiera olvidarlo. De hecho, no lo había olvidado. Incluso a veces lloraba pensando en ese nosotros que no llegamos a ser y por el que tanto luché. A mí ni se me pasaba por la cabeza conocer a alguien y ahí estaba él: saliendo con otra persona.
De pronto caí en la cuenta: la cara de la chica me resultaba familiar. Era con quien se mandaba mensajes y cuyos mensajes “no tenían importancia”.
De repente mis preguntas pasaron a ser otras: ¿Me estaba engañando? ¿Ya estaban juntos cuando nosotros estábamos juntos? En realidad, nunca llegamos a estar juntos, no como yo esperaba, no de una forma que pudiera exigirle fidelidad (¿o sí?), por lo que no sé si se podría considerar engaño. Pero así me sentía. Me daban igual las reglas del juego, no me representaban. Me sentía engañada, eso era lo que importaba. Y estafada.
La rabia me invadió. Mi amiga rabia, siempre rescatándome cuando más la necesito. Bienvenida una vez más. Me haces bien.
Temblaba. No sé si de enfado, de miedo o de desconcierto. Cogí el móvil. Intenté escribir a mis amigas como pude. Entre el temblor y lo cargada que iba con las bolsas y mi nueva compañera verde me resultaba imposible. Así que les hice un audio. 10 minutos de audio. “Escuchadlo a x2”, les dije, No quería que Álvaro volviese a entrar en mi vida y cuánto espacio ocupase en mis conversaciones con mis amigas era una medida indicadora de cuánto me importaba. Y no quería que me importase. Ya no. No de nuevo.
Llegué a casa, me quité el abrigo. Decidí hacer caso a Ali: “Escribe y desahógate. Pon toda tu energía en la tarea. Hasta que rompas el papel”.
Cogí papel y bolígrafo. Empecé a escribir todo lo que me pasaba por la mente. Estaba enfadada, muy enfadada. Mi letra fue transformándose en garabatos ininteligibles hasta convertirse en garabatos sin sentido en los que descargaba tanta rabia que rompí el papel. No sé si Ali se refería a esto, pero me lo tomé muy en serio, al pie de la letra. Y funcionó.
De repente, me eché a llorar desconsoladamente, como si una parte dentro de mí hubiese estado sosteniendo mucho dolor tras la rabia. Y lloré tanto como hacía tiempo que no lloraba. Y esto me hizo sentir alivio, pero, a la vez, me enfadé de nuevo. Esta vez conmigo misma.
“No quiero volver a estar mal por él”, me repetía una y otra vez como prohibiéndome sentir lo que sentía. No quería sentirlo, no ahora que había pasado lo peor y empezaba a ver la luz. No quería volver al punto de partida. Pero así me sentía. Pequeña, abandonada. Y engañada. Y estúpida.
Escuché los audios de mis amigas. Estaban casi tan indignadas como yo. Si alguien le hacía daño a una, se lo hacía también a las otras. Así habíamos funcionado siempre. Pero no me quedaban más fuerzas para responderles. Deseaba que pasaran las horas rápido, que aquel dolor se esfumara. No lo quería en mi vida de nuevo. Le estaba dando poder a Álvaro y no lo quería. No con esta nueva Laura.
Comments