Hay momentos en los que incluso nosotros/as mismos/as somos conscientes de que nuestra relación de pareja no mejorará y que, para preservar nuestro bienestar, la mejor opción es dejarlo.
Sin embargo, ¿por qué no lo hacemos?
Lo cierto es que no es tan sencillo, incluso cuando la relación nos ha causado una clara mella en lo emocional (de hecho, salir de una relación en la que se dan dinámicas disfuncionales es especialmente difícil por los altibajos, que se convierten en una trampa a la altura de una adicción al uso).
Algunas de las razones, según lo que he visto en consulta, son las siguientes:
Una ruptura no es fácil de gestionar, y lo sabemos. Sabemos que se acompañará de dolor, de emociones muy incómodas y abrumadoras. Y, aunque la situación actual nos hace daño, ya la conocemos; y creemos que la ruptura será mucho más dolorosa, mucho más abrumadora y mucho más devastadora que quedarnos en una situación que ya conocemos.
Los sentimientos, la rutina, la compañía, los recuerdos, las expectativas de futuro, terceras personas implicadas (p.e. hijos) pesan, y mucho. Y creemos que seremos capaces de gestionar las dinámicas que se den en la situación, aunque supongan sacrificar nuestro bienestar, con tal de poder mantener la familia, el futuro que hemos imaginado, la rutina que tanta comodidad nos reporta.
Y minimizamos la importancia de nuestro bienestar, o la falta del mismo. Quizás nos hayamos acostumbrado a no estar bien; tanto, que los breves momentos en los que estamos a gusto nos saben a gloria.
Y por ello las migajas se convierten en algo muy preciado, y empezamos a bajar nuestros estándares para poder seguir obteniendo esos pequeños momentos que hacen que creamos que quedarnos merece la pena.
Y «luchamos» para que la relación funcione y, así, obtener más de esas migajas que tanto deseamos.
Y ese «luchar» se traduce en esperar a que por fin la relación funcione, lo que suele implicar que se den cambios; y seguramente no solamente por nuestra parte, sino también por la de nuestra pareja. Cambios sobre los que no tenemos control, pero a los que sí aguardamos con gran esperanza.
Y esta esperanza se traduce en tiempo; un tiempo que nunca parece ser suficiente para evidenciar que esos cambios no se producirán.
Y cuanto más tiempo nos quedamos en una relación, más energía, sentimientos, ilusión y expectativas del tipo «ahora sí funcionará» depositamos y, aunque suene ilógico, más alejados/as de la ruptura nos sentimos.
Y, a pesar de todo lo anterior y del malestar que conlleva, creemos que las consecuencias emocionales de la ruptura serán muchísimo más difíciles de gestionar que la situación en la que nos encontramos, por lo que preferimos quedarnos, asumiendo el riesgo de perder cualquier posibilidad de mejorar nuestra situación, porque aunque una parte de nuestra persona lo considera posible; otra lo cree altamente improbable.
Si tu situación te genera malestar y sientes que no cuentas con las herramientas para gestionarla, no dudes en buscar ayuda profesional especializada en el ámbito de las relaciones. Si deseas que seamos nosotras quienes te acompañemos en el proceso, estaremos encantadas de hacerlo. Puedes contactarnos a través del formulario de contacto.
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